'Te voy a escribir la canción más bonita del mundo' me dijo alguien una vez y poco después casi me saca un ojo con la misma pluma. Y, aunque pueda parecerlo, eso no me hizo perder la fe ni en la poesía ni en la música porque qué culpa tendrá la daga si es la mano quien la sostiene... En fin, lo que sí aprendí de aquello es que el poder de la palabra de un hombre radica en su capacidad y forma de respaldarla con sus actos. En cuanto a mí, con los años las palabras se me han vuelto más livianas. Ahora, cuando le hablo a mis amigas del innombrable, digo por fin su nombre, "para siempre" y "loca" en la misma frase sin que me duela ni una sílaba. Lo digo casi con orgullo, porque sentir como yo le siento y seguir respirando a la vez es un esfuerzo que no sé cómo soporta este cuerpo mío sin desmontarse en cada suspiro...
En resumen: que voy por la vida tiritando entre aprendizaje y aprendizaje. Ahora, por ejemplo, acabo de salir de la ducha y de uno de esos episodios semidepresivos que a las mujeres nos duran, pongamos, de entre 2 a 7 días —sí, amigas, a todas nos pasa de vez en cuando—. Antes me decían que era por loca, pero ahora sé que virar con la luna debe marear en algun momento del trayecto, ¿no os parece? Además me he tomado dos cervezas y escribo esto sujetando el móvil como Jack a Rose en el fiestón de tercera clase: todo me da vueltas menos la certeza de que estoy donde tengo que estar:
Contacto cero, otras pollas, fingir desinterés. Sólo amigos. Repeat.
Estoy donde tengo que estar pero, ¿a caso importa? Que mi cuerpo fino y húmedo esté a escasos 80km de su cuerpo-árbol, ¿importa? ¿Es suficiente? ¿Es cierto? Para nada. Porque no se trata de él. Nunca ha sido él sino lo que su existencia representa para mí: sentir descabelladamente cada poro de mi piel, oir la efervescencia de todo lo que en mí habita. Es un estilo de vida. Y es que mi tierra no se limita a las flores: me encanta ver el fuego arder con los ojos entornados hasta que me lloren, notar las crepitantes pavesas salpicando y apagándose sobre mi piel... Las cenizas son mi abono. Si ardo, existo. Y supongo que todo esto se deberá a mi Sol en Leo, mi sangre gitana o yo qué coño sé... ¿Qué importa? Ninguna justificación holística, fe ni razón puede eclipsar la realidad de que si él me llama a las seis para vernos a las nueve...a las diez yo estoy en su cama. Y algunas me diréis “mala feminista”, “pick me girl”, “no te valoras”,...y yo os volveré a recordar que no se trata de un hombre: por fin he visto con claridad que lo que yo veo en él es a mí. La que siente en este juego de hace más de diez años soy yo. La que tiene motivos para estar aquí escribiendo esto sentada, helada, con el pelo goteando en la alfombra y los pezones como las dos balas que me merezco en el pecho, soy yo. Y si tengo que coger el coche e ir a buscar sustento lo haré hasta que mi corazón diga 'hasta aquí'.
Lo cual, por cierto, pasó hace unos días...
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Semanas largas de silencio después recibo tu '¿Y si nos vemos hoy?'. Vértigo, “¿pero de qué va este gilipollas?”, “otra vez me escribe borracho...”, “le voy a decir que no”, “que le den, ni le respondo”, ansiedad, ira, risa nerviosa,...y mi irremediable '¿Dónde estás?'. Sabes que me tienes y no me importa en absoluto. O eso creo. Así que sin más dejo mi vida a medias, me pongo bonita y cojo el coche sin pensar en absoluto en lo que estoy haciendo. Por supuesto antes de entrar al hotel ya me arrepiento con todo mi ser: no va a salir nada bueno de esto. Y, efectivamente, ojo de loca no se equivoca. Entro en la habitación después de que el recepcionista me mirase como se mira a un trozo de carne—en este caso lanzado semidesnudo por voluntad propia a unas zarpas que no saben de ternura—y te veo ahí, esperando la cena, absolutamente relamido por tu propio ego. “Mírala, ha venido una vez más”. 'Mírame, he venido por última vez', me digo antes de lanzarme a abrazarte con todo este cuerpo aún sabiendo que te iba a quedar pequeño (en todos los sentidos).
— ¿Con que sólo íbamos a ser amigos?—susurras después de besarme.
— Lo somos...—miento.
— ¿Los amigos se besan?—y te ríes...
— ¿Por qué me has llamado? No voy a quedarme a dormir contigo.—Suelto un aviso para ti y una promesa para mí misma.
— Para ver si era verdad que la anterior vez fue la última.
Vaya. Tocada y corrida. Y hundida, por supuesto, porque no contento con haber cumplido tu capricho me restriegas en la cara tu polla y la realidad de que ni mi orgullo ni mi palabra valen nada si se trata de ti. Lo dejo pasar. 'No pienses, Mari, déjate llevar'. Y me hice caso por primera vez en toda esta historia de mierda. En esta ocasión al menos llegamos a hablar antes de follar, ¡increíble! Pero nunca de nosotros, por supuesto, ¡qué miedo! ¿Verdad? No vaya a ser que te suelte un '¿Tú me quieres?'. No vaya a ser que tengas que mentir. No vaya a ser que yo te diga que hace tiempo que necesito más. No vaya a ser... Qué importa.
Mientras me hablabas de tu vida—que dolorosamente no es la mía—te miraba intentando comprender a ese niño gigante que tenía sentado ante mí, ¿de verdad no ves que el juguete que has elegido te viene grande? Si por un momento te envalentonaras a entrar en mi alma te ahogarías en la fría inmensidad de la tundra. No me cabe tu indiferencia. Si sólo te asomaras en el bosque de mi pelo te perderían la pista para siempre. Si me abrazaras, ¡oh!... Si me abrazaras de verdad, al menos por una vez en todos estos años, quizá incluso te encontrarías a ti mismo... Pero te da miedo. Y no tienes más tiempo aunque tú no lo sepas. Este cuerpo de página envuelto en lencería cara y vestido de marca pasará por tu vida sólo una vez—hoy quizá la última—pero yo sé que olerás en el aire mi Rouge 505 hasta que se te encharquen los pulmones por esa mierda que vapeas, gilipollas... ¡¿Cómo es posible que estés tan ciego?! Tus ojos me devoran pero no me ven. Tus manos me tocan pero no me sienten. Tu boca me besa, me lame, escuchas mis gemidos... Pero no existo para ti.
Supongo que a muchas—espero que no a todas—os ha pasado estar follando con una persona y daros cuenta de que, en ese preciso instante, los dos estáis en planos totalmente diferentes: yo buscaba darle algún sentido a todo aquello, besarle los ojos para avisarle de que aquí estoy, y él estaba viviendo su peli porno particular donde yo era la muñeca de porcelana rusa que ya no le daba miedo partir en dos... En ninguno de los sentidos.
— ¿Somos amigos, verdad?—me preguntas justo después de haberme corrido.
— No, no lo somos.
Me levanté a beber agua intentando no romper a llorar mientras asimilaba esa verdad—las grietas ya no soportaban más presión—y de repente vi mi cuerpo en el reflejo que se generaba en la ventana gracias a la tenue luz de la habitación en contraste con la oscuridad de la noche cuando, cual latigazo, me oí pensar '¿qué parte de mí no le es suficiente?'. Esa autopregunta me dio pánico. Algo que comenzó como una historia de dos personas que se buscaban a través del tiempo y la distancia como si más allá de la carne sus almas se hablasen... Algo así no podía hacerme dudar de mi ser. A no ser que yo me hubiese inventado todo...
— Mírame—me ordenas sacándome de mis pensamientos— quiero memorizarte para cuando no te tenga.
A partir de ese momento, por mucho que esa boca tuya me comiera el coño de la manera más maravillosa que me lo hayan hecho jamás, era mi cuerpo en automático el que respondía a tus estímulos pues mi alma, rendida, se había sentado en el sillón que había en frente de la cama, justo en el mismo sitio y con la misma postura de suficiencia que tenías tú cuando llegué, mirando todo aquello y tarareando un 'ya te lo dije, ¿cuándo nos vamos?'...
Te corriste y me limpié la cara suave mientras te miraba. No sé si era por el sexo o el shock, pero mis piernas aún estaban temblando y tuve que apoyarme sobre la mesita para poder sostenerme de pie.
—¿Por qué me miras así?— me preguntas desde la cama, demasiado contento para mi gusto.
—¿Así cómo?— responder con otra pregunta cuando no quieres responder. Truco que tú me has enseñado, ¿recuerdas?
—No sé...
Yo sí sé, idiota... Te miraba esperando el más mínimo gesto de cariño. Pero él se limitó a levantarse, me plantó un beso torpe y mientras yo me volvía a tirar sobre la cama—deseando obviamente que me siguiese el rumbo—no se le ocurrió mejor plan que ponerse a recoger las cosas de la habitación. (Ya os conté que supe que lo nuestro nunca funcionaría porque aquí el ser de luz dobla hasta los calzoncillos mientras una tiene prioridades como por ejemplo no hacer nada porque la colada puede quedarse ahí eternamente si hace falta). Esperé un “quédate esta noche” unos minutos. Necesitaba escucharlo de su boca. ¿Sabéis cuando te da por jugar con el destino y te dices de repente “si ahora pasa un coche rojo cambio de camino y me compro esas bragas carísimas que vi en El Corte Inglés el otro día?”. Mientras te lo dices ruegas que no pase ningún maldito coche rojo porque sabes que realmente no necesitas unas bragas de cincuenta euros... Pues así estaba yo: rezando para estar equivocada, aullando por la posibilidad de que me abrazase hasta el suspiro y me pidiese que me quede esa noche con él, que me rogase, dejarme caer, quedarme... Pero a su vez algo dentro de mí ansiaba que las cosas sucediesen tal y como sucedieron: que me cansé de esperar, me colgué sobre el cuerpo el vestido sin ducharme siquiera, te volví a mirar como quien mira al cielo y después de ese último beso salí por la puerta aguantándome las lágrimas. Sin querer me equivoqué de dirección en el pasillo y mientras caminaba de vuelta tuve la fe de que abrieras la puerta al oir regresando el paso de mis tacones, pero no pasó... Llegué al ascensor, que tardaba en subir, y volví a tener la fe de que salieras a llamarme. Nada de eso paso, obviamente, y al cerrarse las puertas la porcelana se rompió... ¡No drama, amigas! No lloraba por despecho ni lástima, era mucho más que eso: una pena inmensamente profunda se plantó en mi cuerpo en forma de certeza: se acabó. Y creo que fue tan doloroso porque aún hoy, después de un par de días, pienso que en otro tiempo y lugar hay un espacio para nosotros. Pero si no es ahora yo ya no lo quiero. Y el hecho de no quererlo me supera.
Al salir del ascensor me acerqué a la mesa de recepción para entregar la llave, abonar el parking y largarme de ese hotel que nunca debí haber pisado, al menos no con él. Era de madrugada y el recepcionista tardó un poco en salir a atenderme: era el mismo chico que me cogió los datos al llegar, toda yo esplendorosa y sonriente, y ahora estaba pasmado ante mi yo mocosa y lagrimeante, vaya contraste para el pobre... Me preguntó si estaba todo bien y eso empeoró las cosas, así que salió corriendo del mostrador, me dió un abrazo y me dijo “tranquila, señora”, lo cual me hizo reír y despertó mis ganas de salir de ahí e irme directa donde sea que pincharan bótox a las dos de la mañana... Nos sonreímos un segundo y me pasó la tarjeta del parking sin cobrarme nada. Supongo que tenía pinta de estar muy jodida y el hombrecillo tenia un gran corazón. No creo que me lea nunca, pero con toda mi energía le agradezco ese abrazo sincero y blandito que no supo darme el otro idiota.
Cuando subí al coche tenía un mensaje: 'Avísame al llegar, ¿vale?'. Lo ignoré y me puse a conducir hasta casa. Una hora después estaba debajo del chorro ardiente de mi ducha, intentando quitarme su saliva y su semen de encima, a ver si así podía fingir que nada de lo que había pasado esa noche había pasado en realidad. Si me hubiese podido abrir el pecho en canal y lavarme fuerte también lo hubiera hecho, creedme, porque había más de él ahí dentro que en cualquier poro de mi piel... Al salir le dije que ya estaba en casa y, para mi sorpresa, al segundo me llega un mensaje de voz... Me encantaría contaros lo que dijo, pero os puedo asegurar que no fue nada romántico ni ninguna declaración—que, para qué mentirnos, es lo que a todas nos hubiera gustado—. Más bien fue todo lo contrario, si os soy sincera. El problema está en que yo tengo un problema—sí, tal cual—y es que interpreto las cosas de una manera que me permita seguir sucumbiendo al pecado de sentirme alguien en su vida. Y aquí estamos, unos días después, un poco mejor, pero aún en shock. Sigo con la promesa de no volver a dirigirle la palabra porque no tiene ningún sentido que yo redacte una intensidad de mensaje que será respondida con un “ok, no sé qué decir” como tantas otras veces me ha hecho. Tampoco pasará porque no tengo ningún mensaje al que responderle... Pero sé que volverá, lo que no tengo claro es si yo estaré en el mismo lugar cuando lo haga.
Ya os iré contando...