ERRORES QUE HE APRENDIDO A COMETER, PERO MEJOR

 

Escribir es la forma más directa de materializar lo que sentimos. Te lo digo yo, que escribo y lloro y me corro y sonrío en la misma frase. Por eso puedo decirte que, si no te escribe...bueno, ya sabes.

Lo cierto es que él me escribe. Bastante. Bastante menos de lo que me gustaría y bastante poca cosa, pero me escribe. Me ha llegado a decir que me quiere, pero yo, que también escribo, sé que realmente él no sabe lo que eso significa. Exactamente me suele decir 'te quiero a mi manera', lo cual viene a significar que no me quiere. Si os digo la verdad no me importa, puede que yo tampoco le quiera demasiado. Puede que no le quiera nada en absoluto (escribir y mentir en la misma frase también se me da genial, como podéis comprobar). Lo que yo interpreto de ese "a mi manera" es que el hombre-árbol está bastante perdido y ha encontrado en este cuerpo gélido el escondite perfecto para huír de sus problemas de adulto. Menudo idiota...

Veréis, resulta que yo soy su postre. Siempre me escribe después de una rutina muy determinada, y siempre suele ser los viernes. Yo siento cuándo lo va a hacer, os lo juro. Hay algo en mí que empieza a tiritar, como cuando aún estás soñando y dentro del propio sueño comienzas a oír la alarma del móvil, ¿sabéis? Pues es así como yo le siento a él. Y él me siente a mí. Lo sé porque siempre, SIEMPRE, que me decido a hacerte ghosting definitivamente ese mismo día me escribe con alguna frase que me deja totalmente desarmada y vuelvo a caer en el búcle infinito que nunca acaba en nada de provecho a parte de cuatro estrofas de sexting, tres fotos subidas de tono y conmigo, durante las siguientes dos semanas, acostándome y despertando pensando en su polla.

Pero esta vez me he decidido, que quede esto que escribo como prueba. He decidido que estoy tan súmamente buenísima que lo justo es que aparezca y me folle como me merezco. Y, amigas, como eso no va a pasar porque el hombre-árbol se tropieza con sus propias raíces pues quiero, necesito, ansío, que desaparezca de mi vida y/o yo desaparecer de la suya... Da igual. Deseo, persigo, ruego que pensar en sus inalcanzables manos deje de paralizarme la vida. Para ello he decidido inventarme la historia. Voy a escribir en este diario días, horas, momentos inventados (o no tan inventados...) que he pasado (o no) a su lado para, al final, cerrar el ciclo e imaginarme mandándolo a la mierda de una manera absolutamente increíble y grandiosa, ¿qué os parece?

Hoy voy a comenzar contándoos una cosa que casi pasó en realidad. Es decir: yo me vi con él, echamos un polvo fugaz pero tan lleno de ganas que pude correrme con tan sólo besarle al saludar... Unas semanas después quedamos en vernos de nuevo y, a escasas horas del encuentro, él canceló la cita. Sus razones eran de peso pero nunca suficientes para este cuerpo que llevaba dos semanas paralizado, flotando en ensoñaciones pornográficas y negándose a ver la realidad de que quedar con capullos de ese calibre, por muy buenos que sean en la cama, no iba a llevarme a ningún jardín...

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Hace unos días tracé un plan. Meticuloso, vengativo, absolutamente no misericordioso y ligeramente sucio. Aún me tiembla el cuerpo sólo de pensarlo y no es por el morbo sino por la rabia de saber que jamás podré llevarlo a cabo.

Se acabó. El destino dicta que ya se nos estaba yendo de las manos. Que eso no iba a acabar bien a pesar de que, después de tantos años, ver de nuevo esos ojos pardos clavados en mí me ha hecho sentir más viva que nunca... Y a ti también, ¿o vas a negarlo? Llegué a tu hotel poco antes de las diez de la mañana. Locura. ¿Yo madrugando por un tío? Claramente estaba perdiendo el control sobre mí misma... Me abriste con tu sonrisa de siempre y esas cejas de sorpresa; falso inocente, ahora ya sé de qué careces y aún así volvería a ir a por lo que me das...

Aún temblando tenía claro que iba a vengarme de ti de la forma más dolorosa que conozco: el placer. Me habías utilizado. Yo me había dejado. Y juro que no sé cuál de las dos cuestiones me jodía más... De todas formas, todo era culpa tuya.

Entré en la habitación en silencio, no había nada que te quisiera decir. Dejé mi bolso y el móvil sobre la mesita de la habitación y me quedé apoyada en una silla de espaldas a ti. No quería entrar en el frenesí tan pronto. Quería saborear ese momento porque me había prometido que hoy sería la última vez que te vea. Y cuando yo me prometo algo, aunque me destroce, lo cumplo. Benditos segundos de silencio, hasta que cerraste la puerta y noté tu pecho pegado a mi espalda... O más bien a mi nuca, ya que ese cuerpo de árbol hacía sombra a mi metro sesenta y nueve con bastante facilidad.

¿Cómo estás hoy?— te pregunté, por decir algo, susurrando en un gemido después de notar tu calor anulando mi cuerpo. Eres leo, ¿qué diablos esperaba? Tenía justo lo que me merecía: manipulación, mentira piadosa y fuego. Fuego que me tenía en ascuas desde hacía meses, o años... Vaya red flag.


No contestaste. Notaba tus manos en mi culo, mis caderas, mi vientre... Y me giré para que no siguieras.
Me prometiste que hoy cumplirías todos mis deseos—te dije, tan cerca de tu boca que tuve que cerrar mis ojos y mis labios con fuerza porque casi me corro sólo de notar tu respiración.
¿Qué quieres de mí?— ¿Que qué quiero de ti? Cabronazo... Tenía tanto que reprocharte que casi me apetecía más discutir que follar pero, ¿de qué serviría? El odio que siento merece salir de mí y tú vas a ayudarme. Tú vas a hacer que me corra.

Siéntante—ordené con voz temblorosa, señalando la cama con un ligero gesto con la cabeza. Te vi reír incrédulo, como pensando que no iba en serio, pero obedeciste y eso comenzó a volverme loca...
Una vez sentado, me acerqué a ti y acogí tu cara entre mis gélidas manos. Besarte es un vértigo, una caída, un vicio... A veces siento que tu alma ya me conoce, que tu calor es un hogar, que en otra vida me has penetrado hasta quedarte por los siglos en mi ser. A veces creo que he venido a través de las vidas a buscarte, y que aún en esta sigues sin pertenecerme. Que estoy agotada. Que me has decepcionado. Que no somos compatibles... Pero que te seguiré buscando porque no soy yo, no es mi cuerpo, no es mi mente, es mi ser el que te busca incansable y aturdido, porque eres tú quien mereces cualquier carne que yo habite.

Hoy vas a ver mucho mi culo...—susurré, separándome a la fuerza de tu boca—Por ello, quiero puntualizar algunas cosas importantes, pero antes...

Te cogí la mano izquierda y comencé a besarte los nudillos; uno, dos, tres, cuatro... Veo tu mirada de sorpresa al alzar los ojos. Sonrío. Pongo entre mis labios tu largo dedo corazón succionando fuerte— para avisarte de lo que te espera—dándole un pequeño mordisco antes de empujarlo fuera de mi boca, suave, con la punta de mi lengua.

Sonríes sorprendido y sé que te he rozado el alma (dejando de paso un poco de saliva). Te he marcado. Y aunque no quieras admitirlo una parte de ti lleva mi nombre y no importan los años que pasen que aún te acordarás de mí, arrepentido por fingir una moral que no te define, ni te pertenece... Finalmente llevo tu mano obediente hacia mis muslos. Me agarras con fuerza. Me lees. Me entiendes. Es magia. Poco a poco, casi sin guía, tu mano va subiendo mientras acaricia mi suave y blanca piel y, de repente, veo tu cara de sorpresa justo antes de cerrar mis ojos del gusto.
No... No llevas nada—tartamudeas, no sé si falsamente porque no me creo nada de ti.
Aún mejor— te aparto de mí y te empujo levemente para que te tumbes sobre la cama, sorprendida de lo bien que te estás portando.

Una vez con tu cuerpo atrapado entre mis piernas, voy arrastrando mi cadera por tu torso, sin quitarte los ojos de encima, y cuando mi entrepierna y tu cara casi están alineados me levanto suavemente la falda del vestido...

¿Te gusta lo que ves?—sobraba la pregunta, sabía que te encantaba. Ese body de lencería sin entrepierna lo compré hace meses pensando en esto, en esto que pasa en mi cabeza y no pasa en realidad, ¿o sí? Porque yo ahora mismo estoy tan mojada que puedo jurar que es verdad, yo yo te he follado esa cara, que yo me he sentado sobre tu boca y con cada vaivén he susurrando "por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa...".

Puedes besar y chupar, pero no usarás la lengua hasta que yo te lo diga, ¿entiendes?—no me escuchabas, tus manos fuertes arrastraron mi cuerpo a tu boca pero no, hoy mandaba yo...
— ¡Eh, sólo puedes besar y chupar! Hasta que yo lo diga—y me senté en tu boca, en el cielo, apagué mi fuego en un mar fresco, suave... Notar tu saliva era como beber con sed y justo antes de correrme logré decirte 'ahora, ahora quiero tu lengua'. No hay dudas de que tu boca me conoce, porque no hay dios que me haya hecho rezarle con tal vehemencia...

Me aparté de ti con una fuerza de voluntad que no sabía que poseía y me puse de pie de nuevo frente a ti. 'Levántate', te susurré como pude, antes de darme la vuelta hasta poner mi culo a la altura de tu cara; me deshice el lazo del vestido y lo dejé caer por mi cuerpo: aquí estoy, poderosa, infinita, desnuda, indefensa, anulada, pervertida, sometida... Tócame. Soy tuya. Este cuerpo te pertenece. En esta habitación, en este instante, nadie sabe quiénes somos ni dónde estamos ni qué hacemos. El mundo nos es ajeno. El mundo no existe. Somos tú y yo y este tiempo que nos es otorgado en esta vida.

Como te decía antes, hoy vas a verme mucho el culo, así que quería quitarme un complejo de encima—y me agaché para quitarme los zapatos, dejando mi culo perfectamente a tu merced; notaba tus dedos apretando mis muslos y tu halo calentando las partes más suaves de mi piel...—tengo un lunar, un lunar que han visto muy pocos, y que quería enseñarte donde estaba exactamente. Cuando llegué a desabrocharme los zapatos tu boca volvía a desencajarme la vida entera... Maldito.

Te aparté contra mis ganas para reincorporarme ya descalza y con tan sólo las medias y el body sobre mi piel. Notando como un hilo de placer bajaba caliente por mi muslo, volví a clavarme en tus ojos...
Pónte de pie y desnúdate— seguía mi plan punto a punto. No ibas a salvarte.
¿En serio?—preguntaste sorprendido.
Absolutamente.
Yo me senté a mirar el espectáculo aunque fue humorístico más que erótico...y esclarecedor: al quitarte la ropa, doblaste las prendas una a una y las pusiste sobre la silla. ¡Qué diablos! Ahí descubrí que somos absolutamente incompatibles porque aquí la señora ni siquiera plancha la colada. Qué alivio: ¡no estar juntos era el destino! (Sígan leyendo para más consejos de cómo engañarse a sí misma) En fin, volvamos a lo importante: ese cuerpo rascacielos a mi merced. Toda tu carne para mí. Me dediqué a maltratarte con tu propia ansia e incertidumbre (puedo jurar que ninguna otra mujer antes que yo te había puesto en tal situación). A pesar de que las ganas de tenerte dentro me asfixiaban, respondí a tu '¿Y ahora qué?' levantándome de la cama y comenzando mi venganza: te dejé plantado ahí, desnudo, armado y sediento, y comencé a inspeccionarte dando la vuelta al rededor de tu cuerpo para memorizarte fuerte en esta última vez. Primero tu espalda: puse mis manos sobre tu nuca y apoyé mi boca entre tus homoplatos; deseaba ahogarme en tu olor.

Poco a poco fui rozando tu piel, bajando mis dedos por tus hombros, brazos,... Mientras mi lengua recorría el hueco de tu columna, como quien sigue el rastro de gotas de un oasis.
Cuando casi llegaba a tu culo pude notar tu nerviosismo irónico. ¡Qué pánico os da a los hombres una mujer que os domina! Qué perdidos se os ve. Sonreí justo antes de morderte suave uno de los cachetes y subí lento sobre mi propio rastro de caracol, antes de que mi saliva se secase, soplando levemente para que el frio de mi aliento se colase en tu piel... Oí un 'Dios...' saliendo de tu boca, y tuve que agarrarme fuerte de ti para soportar ese vértigo que me recorrió de pies a cabeza...

Volvía a estar delante de ti. Mirándote a los ojos, con tu frente apretada fuerte sobre la mía, con tu polla apuntándome con vehemencia, exigiéndome la atención que sin duda merece... La apreté fuerte y suave con la mano derecha y, antes de que me pudieras volver a besar, me arrodillé despacio, sin quitar mis ojos de los tuyos y, una vez a tu merced, comencé a lamerte como quien quiere curar una herida. Cuando por fin te oí gemir y noté tu sabor salado en mi boca decidí darte una tregua en mi propio beneficio. Al mismo tiempo, como si me leyeras, agarraste fuerte mi melena y me invitaste a levantarme tirando ligeramente hacia arriba. Cuando me incorporé aproveche para hacer un movimiento rápido y atrapé tu polla entre mis piernas. Tuve que ponerme de puntillas para evitar hacerte daño y, a su vez, tú me agarraste por la cintura con tus manos, fuerte, sujetándome casi en el aire con nuestros sexos perfectamente encajados... Creo que ese podría haber sido el momento más tierno que hemos tenido entre los dos. Qué triste, ¿no? Yo, abrazando tu preciosa polla entre mis calientes labios, de puntillas, y tú sosteniendo mi cuerpo para que mi peso no cayera por completo sobre los dedos de mis pies... Nos hemos cuidado por primera y última vez en nuestras vidas. Supongo que el 'te quiero a mi manera' debe ser esto. 'No quiero que te hagas daño en los dedos de los pies'. 'No quiero doblarte la polla'. 'Te quiero a mi manera'. Es que no puede sonar más ridículo y tierno y otra vez ridículo...

Y así nos quedamos unos segundos, mirándonos como si algo de lo que pasara entre nosotros tuviese sentido. Yo aproveché para acariciarte la barba, que estaba realmente preciosa, larga y bien cuidada. Admiré tus facciones absolutamente exóticas para mí, como si fueras en personaje de otro tiempo, como si existieras sólo en un sueño de esos míos sinsentido que suceden después de dormirme en el sofá viendo de fondo una estúpida serie turca. Estaba con la cabeza palpitando, caliente, sentía como si fuese a estallar o a despertar en cualquier momento... Tenía muchas ganas de que eso fuese real, en todos los sentidos. Pero menos mal que me sacaste del letargo con un beso lento que me obligó a cerrar los ojos.

En realidad muy pocas personas besan bien. O, mejor dicho: es dificil que dos personas se besen y sus formas de hacerlo encajen a la perfección. En nuestro caso era esa posibilidad entre un millón: habíamos coincidido. En tiempo y espacio. Y nos habíamos besado. Y creo que esa coincidencia es suficiente para demostrar varias hipótesis en cuanto a las causalidades y casualidades de la vida, pero de eso hablaremos en otro momento. Ahora me gustaría volver al beso: me sacaste del letargo con un beso lento que me obligó a cerrar los ojos. Después, me volviste a mirar por un segundo, como para asegurarte de que había funcionado el reinicio del sistema, y comenzaste a besarme el cuello acariciando con un ligero cosquilleo mis hombros con esa barba... Madre mía. Me corrí casi de inmediato, sintiendo un orgasmo tan profundo que por poco me ahogo en mí misma. Al notarlo me abrazaste aún más fuerte y noté como tu respiración se convertía en el jadeo de un animal hambriento que estaba dispuesto a clavar el diente en mis huesos.

Me lanzaste a la cama con un ligero empujón que traducido en una ecuación física aplicando tu peso y altura contra los míos pareció un jodido tsunami. Me agarrastre fuerte de las piernas arrastrándome hacia ti y comenzaste a entrar en mí torturándome lentamente... Con cada centímetro (y no eran pocos...) mirabas mi cara de sorpresa y placer relamiéndote del gusto, hasta que al final te empujé hacia dentro con mis piernas para evitar morir del ansia.

Bienvenido de nuevo— te susurré al oído. A lo que respondiste con un fuerte suspiro, dejando caer tu peso sopre mi cuerpo y...

Ya vale, amigas. Tengo que aprender a parar, y sobre todo si es con él...

Desde que le cogí el gustillo a esto de contaros mis desventuras siempre he escrito basándome en lo vivido aunque lo tuviese que adornar ligeramente, pero es que en los últimos meses a lo que me he dedicado es a escribirle a un hombre que, al parecer, yo misma he inventado. Y no me malinterpretéis: no se trataba de autoengaño, tampoco él es el culpable... Parece ser que hay algo más que carne en esto de la pasión y yo he caído en esa trampa invisible. No sabría explicarlo como tampoco nadie me ha explicado a mí la existencia de un dios, pero he sido creyente en algún momento de mi vida y hoy puedo juraros por todo mi cuerpo que con el innombrable ha habido momentos en los que no sabía dónde empezaba el deseo y acababa la fe...

Aún no sé si voy a ser lo suficientemente sabia como para seguir con la idea de profanar cualquier pensamiento que mi cuerpo invoque en su nombre. Aún no puedo prometeros no volver a escribirle después de dos cervezas—ya véis, qué poco me cuesta caer—, como tampoco puedo prometerle a él que nunca más le contestaré sus mensajes en horas intempestivas... Pero lo que sí tengo claro es que voy a materializar cada retal de esta nada incandescente que él ha prendido en mí hasta que se agote y me deje, por fin, sentir el vacío de no arder por nadie (aunque, si os soy sincera, no sé si lo quiero...).

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